viernes, 18 de junio de 2010

Los barrios de mi niñez II

Me encantaba quedarme a dormir en la casa de mi abuela. Estaba en un barrio formado por casas con terrenos grandes, que las familias habían ido loteando. La de mi abuela ocupaba un cuarto de manzana, y los fondos del terreno lindaban con la cancha de pelota a paleta,y una de las diversiones más grandes era buscar entre las plantas las pelotitas negras, que escapaban a los jugadores. La casa tenía habitaciones grandes, altas, con pisos de madera. La cocina tenía pisos calcáreos de color blanco y negro. El comedor, igual de grande, me atraía por el escritorio, todo un lujo para mí. Estaba rodeada de jardines y quinta, algunos frutales, y un horno de barro en el centro del patio. A un costado, la herrería de mi abuelo Cándido, que yo conocí ya en manos de mis tíos Victorino y Horacio. Era maravilloso para mí observar la fragua en funcionamiento, miles de chispas centelleantes, la masa moldeando el hierro candente, los rincones llenos de tornillos e hierros retorcidos. A la entrada de la cocina había una especie de corredor, con un enrejado de madera donde trepaba una pasionaria. ¡Qué planta bonita y misteriosa! Y también recuerdo que había madreselvas. Esos perfumes, y las especias que mi abuela usaba, el clavo de olor, la canela, la vara de vainilla, forman parte de estos recuerdos, los endulzan enmarcan.
A la noche, cuando ya todo estaba en silencio, me gustaba la sensación de seguridad que daban las altas paredes del dormitorio, pegado a la vereda, desde donde llegaban los ruidos de los transeúntes noctámbulos, anunciados por sus silbidos. Ese sonido, lejano primero, se iba acercando paulatinamente, y yo atenta lo seguía, esperando la aparición del sonido de los pasos, y el golpe de los tacos sobre el suelo. Y después, los sonidos se alejaban, y otra vez el silencio.
Durante el día, la aventura eran las plantas... acompañar a la abuela mientras regaba, podaba, limpiaba sus plantas de flores y arbustos, y una por una, las nombraba y me contaba de dónde las había traído. Había una en especial de la que sacaba unas semillas lustrosas, pequeñas y redondas, que parecían perlas marrones, con las que luego confeccionaba rosarios. Me encantaría tener esa planta, pero pocos la recuerdan, y mi mamá cree que la semilla la habían traído de Mendoza, en donde residía la familia de mi abuela.
A veces acompañaba a mi abuela a hacer los mandados a la despensa Roca, otras veces, le hacía yo algún mandado en el almacén de Coca, en la esquina. Este señor siempre me preguntaba: "¿Quién eres tú?" Y no había pregunta que lastimara más mi ego infantil, porque no cabía en mí pensar que alguien en el mundo no me conociera. Me resulta muy gracioso recordarlo, porque el enojo era profundo.
En el barrio vivían familias que formaron parte de la historia de mi mamá y de mis tíos: los Nondedeu, los Rostoll, los Rodríguez, los Amoruzo. Viejas familias, enlazadas por casamientos y madrinazgos, compartían los frutos de sus quintas, en ese mundo mitad urbano, mitad rural, donde los gallineros seguían existiendo, y llegué a ver ¡un guanaco! que mis tíos habían traído de sus aventuras de caza. No sé qué pasó con el animal, pero no cuesta mucho imaginarlo, en una época en que "todo bicho que camina iba a parar al asador".
Este barrio era distinto al mío, las casas estaban casi una al lado de la otra, había veredas, de tierra, pero marcadas, y las calles estaban en mejor estado, a pesar que asfalto no había todavía.
Lo lindo era cuando se juntaba toda la familia, entonces venían los primos y primas, y nos subíamos a la higuera, y jugábamos a la escondida, y la abuela se sulfuraba porque no respetábamos a sus amadas plantas.
Luego la casa se vendió. Qué tristeza. Porque no sólo se vendió el terreno y la casa, sino que se vendió también el lugar de reunión familiar, que no fue reemplazado por otro, La familia se distanció, a los primos los veía muy de vez en cuando, la vida escolar ocupó cada vez más mis horas y esa parte de la infancia pasó. Durante muchos años, en la vieja herrería funcionó un taller, y conservaba la vieja puerta de madera. Ahora ya fue reemplazada por una puerta de hierro, pero el lugar sigue allí, en pie. La casa fue reformada, sobre el jardín también se construyó, el paisaje todo cambió. A veces, cuando pasamos por la Velazco (hoy Villegas) le digo a mi hija, '"ahí estaba la casa de mi abuela", y no puedo evitar el nudo en la garganta, y los ojos se me nublan de lágrimas.

jueves, 27 de mayo de 2010

los barrios de mi niñez

El Centenario pegó fuerte en los habitantes de Allen. Una de las manifestaciones que me parecen más evidentes, es la súbita inclinación a la escritura de vecinos de diferentes edades y ocupaciones. Leyendo algunos de estos escritos, noté que se circunscriben a hechos y figuras de un sector geográfico de la ciudad, el "centro viejo", o "casco histórico", por llamarle de alguna manera, incluyendo, pocas veces, personajes de algún barrio o de la zona rural.
Los allenses nativos tenemos grabado a fuego el paisaje de nuestra niñez, esos lugares llenos de significación en nuestra historia personal, y que fueron parte de nuestra constitución como seres sociales. A través de esos lugares y personas, y no otros, fue que conocimos nuestro mundo, donde conformamos nuestra identidad. Y ahí es donde reparé en el detalle: los lugares y personajes que mayormente se recuerdan en los escritos a los que accedí, no coinciden con los que permanecen en mis recuerdos. Porque yo crecí en una chacra pequeña, de tres hectáreas, con una bodeguita en uno de sus extremos. En el lugar en que estaba la bodeguita, hoy está la Escuela Especial, y en el resto, metros más, metros menos, el plan de viviendas 25 de mayo. Como antiguamente esas tierras pertenecieron al Coronel Gazzari, el barrio donde luego mis padres edificaron su casa, se llamó Barrio Gazzari. De mis primeros años, yo recuerdo que allí vivian la familia Scagliotti, los Peñalva, los Roberts, la familia Gómez, la familia Castro, la familia Currín, el vasco Alzugúren, la familia Ceijas, la familia Silba, la familia Guevara. Y rodeando el barrio, estábamos nosotros, los Eguinoa, que vivíamos en la chacrita de don Pedro Insúa, Juancito Scagliotti y Juana Scagliotti, que vivían en sus tierras, la familia Martínez, que vivían en una chacra en donde hoy está la Dole, y Bocha Bonnet, que vivía con su mamá en una chacra que tenía el sauce llorón más lindo del mundo, porque abriendo sus ramas, que llegaban a dos centímetros del suelo, se encontraba una hamaca que a mí me parecía que pendía del cielo, de alta que era... Luego, hacia el Oeste, el barrio San Juan, y terminaba el pueblo. Hacia el este, la familia Nardelli y el barrio Mir. En el medio, terrenos baldíos, donde hoy está la cancha de Unión. Era un lugar semi urbanizado, y nos conectábamos más con la gente de las chacras cercanas que con el centro del pueblo, que nos quedaba bastante lejos, ¡a seis cuadras de la Avda Roca! Ese fue el principal escenario de mi infancia. Y el otro, el que visitaba una vez por semana, más o menos, era la casa de mi abuela Juana. Esta ubicada en Dr Velazco y Sáenz Peña, y todavía se conserva en pie la vieja herrería de mi abuelo, ahora convertida en taller. Ese fue el otro barrio de mi niñez. Otro día quizá me detenga en él.

miércoles, 19 de mayo de 2010

LITERATURA

Con mi amiga Marilyn seguimos intentando crear un espacio de encuentro para los que leemos por placer. Lo necesitamos, quizá porque nos cansamos de acudir en su búsqueda a otros pueblos. Quizá porque queremos que prenda en nuestra gente la idea de compartir ese placer íntimo y personal de la lectura, de complementarlo con otras interpretaciones, otras miradas. Y construir así nuevos significados, con Otros, en esa permanente búsqueda de sentido que marca nuestras vidas. Cada cuento, cada novela, cada autor, nos acerca un mundo para visitar, para conocer, para desmenuzar. Y cada uno de esos mundos lo leeremos desde el marco de nuestro mundo de significaciones, desde nuestro Allen, desde nuestra realidad. Sabemos de la riqueza potencial de estos espacios. Sabemos de la paciencia que requiere su creación. Pero hay un clima especial en el pueblo, se huele en el aire que es el momento de comenzar.

A pocos días del Centenario

Todo llega, y el festejo del Centenario de mi pueblo ya está cerca. He leído muchas páginas abiertas en Facebook, noticias sobre los festejos. Me conmueve la gente que de pronto descubrió que en Allen hay pobres, y quieren solucionarles la vida de golpe... Me conmueve la gente que sigue pensando en un Allen con pretensiones de ciudad. Yo no lo siento así. Para mí Allen es un pueblo. Y además, un pueblo pobre. Como debe ser en este mundo del siglo XXI, pueblo pobre con una minoría de habitantes muy ricos. Pero eso pertenece a otro análisis. Lo que me ocupa hoy es la definición de este lugar. Lo llamo pueblo, no por la cantidad de habitantes, sino por las costumbres que conservamos los mismos. Seguimos ubicándonos en la ciudad mencionando los domicilios de algunos ciudadanos: "al lado de fulano, enfrente de sultano" y nos negamos sistemáticamente a aprendernos el nombre de las calles, su orden y su numeración. Recuerdo a un alumno que perdió en un concurso de un 25 de mayo, porque no identificó un cruce de calles, en el que estaba la Iglesia Católica de la ciudad, pero enfrente de la casa de ¡sus abuelos! Nos cuesta mucho separar las acciones de los hombres y mujeres en su vida cotidiana, que además son conocidas, casi, casi, como si fueran públicas, de sus acciones cuando ocupan cargos públicos. No hay anonimato en Allen, ese que experimentamos cuando vamos a Buenos Aires, o a Rosario, y nos sentimos libres, de alguna manera, sin el ojo vigilante de la vecina o del vecino. Ese anonimato va acompañado de cierta sensación de inseguridad psicológica... porque no estamos acostumbrados a que no nos reconozcan. Es la otra cara de esa momentánea libertad. Y ni pensar cuando vamos a un centro de salud en una gran ciudad. Ahí ya nos sentimos desprotegidos del todo. Nos faltan las caras conocidas de médicos y enfermeras, aunque no sean a los que vamos habitualmente, extrañamos los espacios, los olores, los tiempos que imprimen ritmos distintos a la vida. Estas cuestiones simples hacen que, personalmente, deseo que Allen siga siendo un pueblo. Que conservemos esa característica como una virtud. Que si alguien tiene vocación turística, "venda"Allen como un pueblo tranquilo de la patagonia, un lugar para descansar, alternar con gentes sencillas, leer, desestresarse, aprender, en una minivacación, a preparar dulces caseros, o conservas de frutos y verduras. Y bueno, a lo mejor haciendo esas cosas, dejamos de a poco de ser un pueblo "pobre", pero sin dejar de ser pueblo. Y no estoy en contra del progreso (sin entrar a discutir qué cosa significó el progreso para nosotros), especialmente, no estoy en contra del buen uso de la tecnología, y aquellos que me conocen pueden dar fe. Pienso que las redes sociales, la información difundida por Internet puede ayudarnos mucho, y si seguimos siendo un pueblo, ¿ por qué no atrevernos a soñar con un pueblo con WiFi, en donde todos tengan acceso a la Red?

domingo, 16 de mayo de 2010

La vuelta

Una vez me compré una remera por su inscripción, hace varios años. Todavía la uso para ir a gimnasia. Como no veo bien los colores, las prendas de vestir (y muchas otras cosas del mundo) me impactan por otras cuestiones diferentes que al común de la gente. Ésta remera en particular dice: "Voy a llegar muy lejos pero voy a volver". En cierta menera fue premonitoria. Me fui muy lejos durante dos años, y estoy volviendo. No sé dónde me fui. Lo que sí sé es para qué. Para no perder la cordura, para poder seguir, sea lo que sea que haya que seguir. Estoy de vuelta, o recién arribando, y me encuentro a mi pueblo cumpliendo 100 años. Y no puedo dejar de recordar a Dante planificando los 100 años del Juzgado, que serán dentro de uno o dos años, algo así. Pero los 100 del pueblo ya están aquí, la cuenta regresiva está marcándose en un hermoso reloj. Muchas personas trabajaron denodamente para realizar ideas muy lindas, como el paseo de las esculturas, el parque del Museo, murales, muestras varias, competencias deportivas. Mi amigo Héctor con los juegos de A.J.I.R.A, ya tradicionales del 25. Viene mucha gente, de distintos lugares del país, a la fiesta. A acompañarnos, a festejar también porque son allenses nativos o por adopción. Otros se van a pasear a otros destinos, aprovechando el fin de semana largo. Pero son los menos. No sé si hay ambiente festivo. Un amigo me decía que no, el otro día en el chat. Que la gente no estaba conforme con el Intendente (característica que define a Allen: pueblo-que-no-quiere-al-intendente-que-elige). Pero el Centenario no es del Intendente, no es de una Comisión, el Centenario es de la gente, es nuestro, y yo estoy segura que ese día las calles de Allen van a rebosar de gente, que paseará con sus hijos, niños que dentro de 50 años les contarán a sus nietos que ellos vivieron el Centenario. Y la gente, como puede, en forma silenciosa, se está preparando. Compran banderas, escarapelas, sus mejores galas... para decorar y decorarse... Y eso es lo que va a quedar. El recuerdo, los momentos que cada uno viva transformado en literatura. Algún escribidor lo recogerá en letras, y si no, serán palabras al viento que se grabarán en las mentes, y circularán de boca en boca, deformándose, agrandándose, pero perdurando a través de las memorias de las gentes. Qué bueno volver... a tiempo. Sé que no es casual que vuelva ahora, Hubo quienes me ayudaron, me buscaron para señalarme el camino de regreso. Graciela, Marylin, Graciano, Gladys, Oscar... son las voces que reconozco, además de las de mis hijos y mi hermana,que nunca me dejaron.

viernes, 3 de agosto de 2007

UTOPÍA


Qué raro, creé el blog y no escribí nada... tres años después estoy usándolo... veremos qué pasa